domingo, enero 8

La vieja soledad

Había una vieja, terrible vejestorio,
Flaca, alta, huesuda, arrugada y decadente.
De vestimenta moderna, gastada y estropeada,
Labios partidos, mirada vacía.
Dedos amarillos, uñas bien largas y pintadas.
Friolenta. Siempre iba bien abrigada.
Bastante callada.
No intentaba hacer terapia hablando,
tuvo la desdicha en el pasado de ser consciente de sus soliloquios.
No se espantaba con nada,
Era inmune a todo, pues no esperaba nada.
Sabía que la vida no era amable,
Y que la amabilidad no era parte de la dinámica terrenal.

No es ilógico que ante su presencia los mortales huyan despavoridos.
Es más, cuando frente a ella estoy, no me atrevo a sus ojos mirar.
No es respeto, excede al temor.
Infunde angustia en mi corazón.
Es miserable, no confundir con vil.
Una indigente de ternura y compasión.

Y aún hoy sigo soñando con ella,
No me complace decir que es una de mis peores pesadillas.
Y todavía sigue apareciendo en mis sueños,
Será la causa de mi desasosiego.

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