Lo que sea por esconderse de la naturaleza, y todo lo que aquello conlleva. Cual fuera el precio por escapar del tintineo de campanas. Alarmas desde las profundidades del inconsciente. Denunciantes del desmesurado resguardo y aislamiento a nuestra condición humana y animal.
Una y otra vez susurran, de noble esencia -o por lo menos admirable para aquel que guía su vista e intención hacia ese interior desmenuzado y desconocido-. Ellas intentando, sin descanso desde lo comienzos, despertar el espíritu. Con el único anhelo de unir el ser a la vida… a la pureza de la tierra, a la claridad del agua. Degustando el dulcísimo sabor de la penetración en la piel de los rayos del Sol, y la penumbra de la Luna. ¡Sí! A la espera de un nuevo instante de comunicación, de revelación entre dos partes. Correspondencia innegable. La exteriorización del interior, y la interiorización del exterior -desde la vinculación neutral-. Enterrando pies y entregando alma.
Así como la esencia de el todo se nos fue otorgada, quizás por error, pero dada al fin: su retorno. Forjando el más armonioso de los equilibrios.
El verdor de tiernas hierbas como líquido amniótico. Y tierra fértil semejante al saco, en vientre materno.
Los horizontes se amplían. Nuestra meta permanece intacta. Complementar encontrado unión.
lunes, septiembre 26
lunes, septiembre 19
Silencio
Algo respetable en cualquier sociedad humana: el dolor. Lo único, lo elemental. El dolerse intencionalmente y/o el sufrir en contra de la propia voluntad.
El silencio nunca fue nuestro amigo. Silencio es confidencialidad, pero también soledad. Secreto de la consciencia, incomunicación perseverante. Discreción mental transformada en virtud, aún así arma de doble filo.
La expresividad en su punto máximo se transforma en alegría rotunda. Así una pintura detallada con sus propias manos a Dalí representa lo que al resto de los mortales una confesión desde la profundidad del alma, dónde se siente realmente resguardada, mas no cobijada porque para ello es necesaria su revelación.
El silencio nunca fue nuestro amigo. Silencio es confidencialidad, pero también soledad. Secreto de la consciencia, incomunicación perseverante. Discreción mental transformada en virtud, aún así arma de doble filo.
La expresividad en su punto máximo se transforma en alegría rotunda. Así una pintura detallada con sus propias manos a Dalí representa lo que al resto de los mortales una confesión desde la profundidad del alma, dónde se siente realmente resguardada, mas no cobijada porque para ello es necesaria su revelación.
domingo, septiembre 18
¿Qué te quita el sueño?

¿Puede ser que me pase la vida intentando solucionar “problemas” -inconscientemente, claro- solo para volver, rutinariamente, a una situación de mayor estabilidad? Creer en la ridícula idea de vivir una fábula… Así como un cuento posee: inicio, nudo, desenlace.
La vida no tiene desenlace, por lo menos no desde nuestros ojos.
Deseo ser versátil. Pero sin albergarme en la espontaneidad como nueva conducta reiterativa, de vivencia constante. Dejar de lado el razonamiento basado en la experiencia.
¿Cómo vivir sin buscar posibles respuestas a incógnitas en hechos ya ocurridos –reemplazando lo sucedido por predicción a futuro-?
Siendo.
sábado, septiembre 17
Rompe-cabezas
El alba, el ocaso, amanecer de vuelta. Lo denuncio. Le reprocho.
Dejadme. Volvedme al campo galego.
Dejadme. Volvedme al campo galego.
viernes, septiembre 16
Asuntos Pendientes
Yo era feliz -o por lo menos así lo sentía-. Recuerdo el día exacto en que aquello cambió.
Tenía 10 u 11 años, era de noche, estaba en mi cama leyendo “El Conde de Montecristo”. Mi viejo me dijo que apague la luz y que me vaya a dormir porque era tarde. Me rehusé –me había enganchado demasiado con la trama-, me obligaron. Apagué la lámpara.
No tenía sueño, me quedé pensando en cómo seguiría la novela. Comencé a imaginar, a soñar despierta. Un pensamiento llevaba a otro, una asociación a otra. Ya no meditaba únicamente sobre el libro. Aquel día empecé a reflexionar, a razonar, a dudar, a juzgar, a calcular y a suponer. Desde entonces la actividad no cesa.
Nunca me atreví a leer el último capítulo del Conde. Temo a que me decepcione. Es una de las tantas cosas que tengo en mi lista de asuntos pendientes.
¿Cuántos atados harán falta para calmar mi ansiedad?
Tenía 10 u 11 años, era de noche, estaba en mi cama leyendo “El Conde de Montecristo”. Mi viejo me dijo que apague la luz y que me vaya a dormir porque era tarde. Me rehusé –me había enganchado demasiado con la trama-, me obligaron. Apagué la lámpara.
No tenía sueño, me quedé pensando en cómo seguiría la novela. Comencé a imaginar, a soñar despierta. Un pensamiento llevaba a otro, una asociación a otra. Ya no meditaba únicamente sobre el libro. Aquel día empecé a reflexionar, a razonar, a dudar, a juzgar, a calcular y a suponer. Desde entonces la actividad no cesa.
Nunca me atreví a leer el último capítulo del Conde. Temo a que me decepcione. Es una de las tantas cosas que tengo en mi lista de asuntos pendientes.
¿Cuántos atados harán falta para calmar mi ansiedad?
jueves, septiembre 15
Agua dulce y mansa
Ninguna luz. ¿Realmente no alcanzás a ver ningún resplandor? Siento el ardor de verdaderas llamas, incandescentes.
Exactamente ésta es la emoción que motiva al simio a reponerse de la caída. El leño que estremece a la feroz combustión. A pesar de que la armonía le apasione -y con ello la estabilidad a la que se aferra, fiel-, la tragedia le conmueve inconcebiblemente. Un nuevo impulso, la quimera del alba incesante.
Acá la liberación, rasquetear la piel hasta unir el destello interno con el brillo del Sol. Anhelada conexión.
Y heme aquí. Desnuda o a capa y espada. Sumergida en la humanidad o aislada en el rinconcito más oscuro. De vez en vez, aprendiendo a nadar en el océano de la vida. Todos los ríos van a dan a la mar, quiero ser manantial.
Exactamente ésta es la emoción que motiva al simio a reponerse de la caída. El leño que estremece a la feroz combustión. A pesar de que la armonía le apasione -y con ello la estabilidad a la que se aferra, fiel-, la tragedia le conmueve inconcebiblemente. Un nuevo impulso, la quimera del alba incesante.
Acá la liberación, rasquetear la piel hasta unir el destello interno con el brillo del Sol. Anhelada conexión.
Y heme aquí. Desnuda o a capa y espada. Sumergida en la humanidad o aislada en el rinconcito más oscuro. De vez en vez, aprendiendo a nadar en el océano de la vida. Todos los ríos van a dan a la mar, quiero ser manantial.
miércoles, septiembre 14
Monerías
Y ALLÍ se encontraba el mono. En aquella habitación de ensueño con siete puertas. Cada una correspondiente a un paraíso tropical, todas abiertas de par en par. ¿Qué lo había llevado ahí? O mejor dicho ¿a cambio de qué se le ofrecía tal presente? ¿Cuál había sido su buen obrar?
El simio indeciso analiza cuidadosamente qué puerta elegir. Pero se oye una voz ¿Dios?
No había nadie. “No penséis tanto, monito, que vais a poder cruzar cada una de las puertas tantas veces como queráis! Esto no es más que un mísero obsequio para un ser tan majestuoso como lo es usted.”
Reitero la pregunta ¿qué lo había llevado ahí? ¿Ser majestuoso? ¡¿EL MONO?!
Claro. Es completamente natural verlo así, no necesariamente porque lo sea, si no porque lo aparenta. Y venga, ¡de qué manera! Su complejo de superioridad, característica fundamental. Astuto y el más inteligente de la selva. El mono se auto convence de su virtud, y el entorno se lo cree con él. Luego, sonriente, con el ego acariciando el cielo, juega entre las lianas. Sabe que, en la espesura, para lograr el respeto de sus allegados debe primero respetarse así mismo. Y así lo hace, se hace llamar el “Rey de la Jungla”.
El mono no es querido por todos. Simpático, original y sarcástico animal, se lo ama o se lo odia. No existe punto medio. Y hablando de reyes, les voy a contar el porqué de su frecuente riña con su vecino, el tigre. Es muy simple: los dos compiten por el reinado, adoran ser el centro de atención, no pueden tolerar ser ignorados ni opacados, ambos son tercos y sinceros -ninguno hará las paces con el otro ni para clavarle un puñal por la espalda a su adversario- y por último, mientras el tigre duerme tranquilo bajo la tenue luz de la luna, el simio -burlón-, baja sigilosamente, lanza un grito para despertarlo y sube fugazmente a la arbolada. El tigre despierta furioso, mira hacia arriba buscando a su enemigo, camina de un lado a otro con bronca y ceño fruncido, ruge intensamente. Y, mientras tanto el mono, arrojándole lo que tenga a su alcance, se ríe a carcajadas.
Algunos podrán juzgarlo de cruel, otros de divertido. Aunque entre ellos se entienden y respetan mutuamente. Es algo inevitable para el mono hacer enfadar al tigre. Ama verlo así. Ocurrente y gracioso, con un sentido de humor algo... quizás negro.
Volviendo a este monito de ego superlativo ante aquel regalo maravilloso, lo veremos ahora saltando de alegría con sus típicas monerías. Cuidado, les dije que el mono era inteligente. Como todo sabio, necesita momentos de reflexión interna, en los que viaja por rincones inimaginables: perfectibles y perfectos. Ahí su pesar.
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¿Y si no soy tan sublime como dicen que soy?
No fue un soliloquio, sin embargo se sintió su pensamiento. Automáticamente se fueron cerrando las entradas a la gloria. Siete estruendosos portazos y ninguna luz. Ya no era digno de dicho obsequio. Se había percibido su duda, miedo y temor. Las paredes comenzaron a desvanecer, a través de ellas visualizaba su viejo hogar. Tan lleno de vida, tan verde. ¡Pero él quería más! El simio no es justamente lo que se dice un “conformista”.
Vuelto a la jungla. Decepcionado... ¿rendido? Jamás. Se arriman sus cercanos a preguntarle de dónde venía. Ésta es la suya, le encanta alardear, pero lo hace a cuentagotas. Sabe que la presunción genera envidia y rencor. Luego de contar su fantástica historia -innumerables veces-, cansado y un poco abatido, se decide a dormir. ¡Qué mañana será otro día! ¿Para trabajar? No, eso es laburo de hormiga. ¿Esforzarse? Si lo hiciera no sería mono. Posee la peculiaridad de utilizar su gran astucia para sudar lo menor posible.
Pero no crean que claudicará, eso nunca. Su ingenio es interminable. Lo verán miles de veces intentando trepar más alto, de las maneras más excéntricas, para llegar a la cima, sin sacrificarse. Puede que desde 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, caiga al suelo. No importa, el simio se levantará, se sacudirá el polvo, se peinará -siempre tan coqueto- y comenzará a escalar otra vez.
No se sorprendan si un día lo ven subiendo la montaña sobre un helicóptero.
Con el mono nunca se sabe.
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