miércoles, septiembre 14

Monerías



Y ALLÍ se encontraba el mono. En aquella habitación de ensueño con siete puertas. Cada una correspondiente a un paraíso tropical, todas abiertas de par en par. ¿Qué lo había llevado ahí? O mejor dicho ¿a cambio de qué se le ofrecía tal presente? ¿Cuál había sido su buen obrar?

El simio indeciso analiza cuidadosamente qué puerta elegir. Pero se oye una voz ¿Dios?
No había nadie. “No penséis tanto, monito, que vais a poder cruzar cada una de las puertas tantas veces como queráis! Esto no es más que un mísero obsequio para un ser tan majestuoso como lo es usted.”

Reitero la pregunta ¿qué lo había llevado ahí? ¿Ser majestuoso? ¡¿EL MONO?!
Claro. Es completamente natural verlo así, no necesariamente porque lo sea, si no porque lo aparenta. Y venga, ¡de qué manera! Su complejo de superioridad, característica fundamental. Astuto y el más inteligente de la selva. El mono se auto convence de su virtud, y el entorno se lo cree con él. Luego, sonriente, con el ego acariciando el cielo, juega entre las lianas. Sabe que, en la espesura, para lograr el respeto de sus allegados debe primero respetarse así mismo. Y así lo hace, se hace llamar el “Rey de la Jungla”.

El mono no es querido por todos. Simpático, original y sarcástico animal, se lo ama o se lo odia. No existe punto medio. Y hablando de reyes, les voy a contar el porqué de su frecuente riña con su vecino, el tigre. Es muy simple: los dos compiten por el reinado, adoran ser el centro de atención, no pueden tolerar ser ignorados ni opacados, ambos son tercos y sinceros -ninguno hará las paces con el otro ni para clavarle un puñal por la espalda a su adversario- y por último, mientras el tigre duerme tranquilo bajo la tenue luz de la luna, el simio -burlón-, baja sigilosamente, lanza un grito para despertarlo y sube fugazmente a la arbolada. El tigre despierta furioso, mira hacia arriba buscando a su enemigo, camina de un lado a otro con bronca y ceño fruncido, ruge intensamente. Y, mientras tanto el mono, arrojándole lo que tenga a su alcance, se ríe a carcajadas.
Algunos podrán juzgarlo de cruel, otros de divertido. Aunque entre ellos se entienden y respetan mutuamente. Es algo inevitable para el mono hacer enfadar al tigre. Ama verlo así. Ocurrente y gracioso, con un sentido de humor algo... quizás negro.

Volviendo a este monito de ego superlativo ante aquel regalo maravilloso, lo veremos ahora saltando de alegría con sus típicas monerías. Cuidado, les dije que el mono era inteligente. Como todo sabio, necesita momentos de reflexión interna, en los que viaja por rincones inimaginables: perfectibles y perfectos. Ahí su pesar.


¿Y si no soy tan sublime como dicen que soy?

No fue un soliloquio, sin embargo se sintió su pensamiento. Automáticamente se fueron cerrando las entradas a la gloria. Siete estruendosos portazos y ninguna luz. Ya no era digno de dicho obsequio. Se había percibido su duda, miedo y temor. Las paredes comenzaron a desvanecer, a través de ellas visualizaba su viejo hogar. Tan lleno de vida, tan verde. ¡Pero él quería más! El simio no es justamente lo que se dice un “conformista”.

Vuelto a la jungla. Decepcionado... ¿rendido? Jamás. Se arriman sus cercanos a preguntarle de dónde venía. Ésta es la suya, le encanta alardear, pero lo hace a cuentagotas. Sabe que la presunción genera envidia y rencor. Luego de contar su fantástica historia -innumerables veces-, cansado y un poco abatido, se decide a dormir. ¡Qué mañana será otro día! ¿Para trabajar? No, eso es laburo de hormiga. ¿Esforzarse? Si lo hiciera no sería mono. Posee la peculiaridad de utilizar su gran astucia para sudar lo menor posible.

Pero no crean que claudicará, eso nunca. Su ingenio es interminable. Lo verán miles de veces intentando trepar más alto, de las maneras más excéntricas, para llegar a la cima, sin sacrificarse. Puede que desde 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, caiga al suelo. No importa, el simio se levantará, se sacudirá el polvo, se peinará -siempre tan coqueto- y comenzará a escalar otra vez.
No se sorprendan si un día lo ven subiendo la montaña sobre un helicóptero.
Con el mono nunca se sabe.

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