Lo que sea por esconderse de la naturaleza, y todo lo que aquello conlleva. Cual fuera el precio por escapar del tintineo de campanas. Alarmas desde las profundidades del inconsciente. Denunciantes del desmesurado resguardo y aislamiento a nuestra condición humana y animal.
Una y otra vez susurran, de noble esencia -o por lo menos admirable para aquel que guía su vista e intención hacia ese interior desmenuzado y desconocido-. Ellas intentando, sin descanso desde lo comienzos, despertar el espíritu. Con el único anhelo de unir el ser a la vida… a la pureza de la tierra, a la claridad del agua. Degustando el dulcísimo sabor de la penetración en la piel de los rayos del Sol, y la penumbra de la Luna. ¡Sí! A la espera de un nuevo instante de comunicación, de revelación entre dos partes. Correspondencia innegable. La exteriorización del interior, y la interiorización del exterior -desde la vinculación neutral-. Enterrando pies y entregando alma.
Así como la esencia de el todo se nos fue otorgada, quizás por error, pero dada al fin: su retorno. Forjando el más armonioso de los equilibrios.
El verdor de tiernas hierbas como líquido amniótico. Y tierra fértil semejante al saco, en vientre materno.
Los horizontes se amplían. Nuestra meta permanece intacta. Complementar encontrado unión.
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