miércoles, octubre 10
A mayor masa, mayor inercia... y mayor temor para mí
Ellos me comen y yo les doy de comer. El alimento de lobos hambrientos y bestias de sangre fría. Me siento engendrada por una manada de primates primitivos que tienen hambre. Tienen hambre y yo les doy de comer. Tienen sed y les doy de beber. Tienen pulgas y yo los acicalo.
Pero, si me quejo de que tienen hambre, ¿acaso les dejaré de dar de comer?
Si me quejo de que tienen sed ¿les dejaré de dar de beber?
Si me quejo de sus asquerosas pulgas ¿los dejaré de acicalar?
¿Cuál es el propósito servil y ruin de esta tradición de generaciones?
Me violan hasta el hartazgo y me dejo violar. Me golpean sin lástima y me dejo golpear. Me callan sin razón y me dejo callar. Me arrancan pedazos de libre alberdrío, y yo, esperando una milésima de compasión, se los entrego en bandeja de plata... y de plata porque no tengo oro. No tengo oro porque ya no lo puedo producir, me lo han quitado también o lo que yo creía que así era: la sencillez, inocencia y creatividad que residía en mi libertad.
La impotencia nace con la autonomía apelmazada. Atar la mente de alguien, forzosamente, a la tradición de generaciones es aun peor que atar su cuerpo a cadenas pesadas. Y espero. Continúo aguardando esa misericordia que no llega, que siendo realista no aparecerá... porque tienen hambre. Tienen hambre y yo... les doy de comer.
Son tan toscos que no saben ni alimentarse bien. Lo hacen como perros: cara al plato. Yo, con esperanza de despertar aquella clemencia -y el acto más altruista de sus extensas vidas-, les limpio la cara y labios con servilletas de seda. Lo hago todos los días: buscar su aprobación constante, lo que es ilógico y ridículo. No me liberarán, les es más cómodo engullir de cara al suelo, y que los laven, que aprender a hacerlo por sí mismos. La única manera de ser libre en esta enfermedad de prohibiciones y obligaciones es escapar, muy muy lejos. Huye tan lejos como puedas porque tienen hambre... están hambrientos y se acostumbraron a que les den de comer. De lo contrario, te atraparan y despellejaran para luego usar tu sangre como tinta en sus tablas de ley e infundir aquel terror tan cliché.
Sino podés quedarte... si no te parece poco, un día ellos ya no estarán y vos tendrás hambre. Tendrás hambre y buscarás quien te de alimento. Infectada de cargas de impotencia y ciega por costumbres, afilarás las garras y reclamarás que te den de comer, dormirás entre polvo y escombros de las generaciones pasadas, intentando buscarle un lugar en las nuevas y no habrá lugar, entonces, se los establecerás a la fuerza: "Éste es el polvo en el que dormimos, estos son los escombros en los que vivimos... y no hay otra opción". No la habría dentro de vos, ya abatida de tantas traslaciones alrededor del Sol, dando de comer a terribles vejestorios y con heridas provenientes de sus garras en tu rostro y muslos. La psiquis es como un globo vacío que se va llenando de aire al pasar los años ¿y si ese aire era humo?... Yo les doy de comer.
Pero escapar suena a alivio, y PELIGRO. Peligro porque si hay algo peor que ese humo contaminante es que te atrapen queriéndote revelar, te introduzcan sus propias pulgas chupa-sangre a tu frágil globo, torturándote, hasta que te deseés suicidar.
¿Ridículo era querer complacer a una sociedad tan espeluznante y poco tolerante para obtener un respiro? Más lo es -y aterrorizante- su fanatismo, su ceguera incurable digna de bárbaros infradotados, su concepción de axiomas morales, su empecinamiento y porfía, su nula instropección y reflexión, su unión en masas amorfas y la cohesión de su pavor.
Escapar o perecer.
Pero no solo desfallecer entregándose en su peculiaridad del vivir, sino también, a la vez, transformarse en una célula infecciosa más del virus contaminante del organismo que es la humanidad.
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