La piel que me cubre y abriga.
Su perfectibilidad que me representa.
La piel que me mantiene caliente.
Y la que debo resguardar por una creencia.
El erotismo que nos dio nacimiento.
El mismo que pronto nos sucumbió en su pasión.
El erotismo que se nos aparece en sueños.
Y al que castigamos sin razón.
No es erotismo lo que se palpa en la piel.
Es la piel quien despierta -radiante- ante el erotismo.
Donde la vulnerabilidad pasa a ser placer...
y ella lo manifiesta en gotas de sudor frío.
La pureza y espontaneidad de sus rubores.
La inherente naturalidad de su sencillez.
Las marcas de experiencia que lleva guardadas en ella.
De todas dueña, mi desnudez.
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